Comentario
La revuelta jónica imprimió sin duda, a pesar de su fracaso, un giro en la política expansiva de los persas. Parece evidente que, para Darío, los límites marítimos, en principio símbolo del final de la tierra conquistada, equiparables a los límites del imperio lidio en Asia Menor, se convirtieron en un motivo de preocupación y de atención, materializado en esa pretensión de control de las ciudades griegas y, específicamente, de Atenas, que los griegos veían como una necesidad de venganza. Ahora bien, los controles de las zonas navales proporcionaron unos gastos y una renovación en las necesidades militares que afectaron al conjunto del sistema fiscal y a la organización de los controles mismos, que en las zonas continentales han llegado a un alto grado de perfección.
Las dudas de Jerjes, reflejadas en las conversaciones que Heródoto cuenta como sostenidas con Atosa y de ésta con el espartano Demarato, en las que parece evidente que necesitó un fuerte impulso, apoyado en la descripción de los atractivos del mundo griego, pueden representar una parte de la realidad persa, en situación ambigua, mezclada con el propósito de venganza que le hacía llevar consigo al esclavo que le obligaba a acordarse de los atenienses. Su capacidad para un control eficaz queda clara en el hecho de que una buena parte de la clase dominante de las ciudades griegas viera en ella un modo de consolidar su propio poder, en luchas internas o en situaciones conflictivas agudizadas por las vicisitudes de la guerra y de los acontecimientos exteriores. Los intereses de los persas pueden definirse como parte de la dinámica imparable de un imperio necesitado del crecimiento para la propia conservación de sus fronteras, en las que hay un pueblo original comparado con los que hasta este momento habían sido las víctimas de su expansionismo.